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Primus inter pares

Nadie puede negar que la Caída del Muro de Berlín, uno de los acontecimientos históricos más importantes del último medio siglo, condujo al ocaso definitivo del bloque soviético y a la culminación de la Guerra Fría. De hecho, los ecos de este hito no tardaron en verse reflejados en las competiciones deportivas, donde, progresivamente, al compás de su fragmentación en pequeñas repúblicas, el antiguo poder soviético (y balcánico) fue viendo reducido su peso en favor de los Estados Unidos y también de los países mediterráneos, donde se expandió una cultura baloncestística híbrida, que bebía de todas las fuentes al tiempo que alimentaba sus propias tradiciones y se deshacía de los complejos que siempre había padecido.

Desandando los pasos del simpático personaje televisivo Marco, Manu Ginobili aterrizó en Italia para terminar de pulir, de la mano de Ettore Messina, un talento forjado dentro de una familia de clara vocación deportiva. Por su parte, Juan Carlos Navarro llegaba con solo once años al Barcelona para crecer baloncestísticamente sin renunciar a su genio natural, ese que le haría desoír todos los consejos bienintencionados que recibió para abandonar su tiro por elevación, su famosa “bomba”.

Ambos fueron los pioneros de dos generaciones irrepetibles, los estandartes que terminarían definiendo el juego de las dos selecciones que osaron poner en jaque la hegemonía estadounidense (junto a aquella Grecia de Papaloukas y Schorsanitis). Entre otras cosas porque contaban con su liderazgo, ejercido sin estridencias, con pocos gestos para las cámaras o los aficionados. También con su saber estar cuando los partidos se aproximaban al desenlace y las bolas parecían arder en las manos de sus compañeros.

[pullquote style=”left”]Verlos era como acercarse a un parque y escuchar el sonido de los niños, ignorantes de los peligros, ajenos a las normas de cortesía, al buen gusto[/pullquote]

Verlos era como acercarse a un parque y escuchar el sonido de los niños, ignorantes de los peligros, ajenos a las normas de cortesía, al buen gusto. En su caso, cuesta saber si no hubo “noes” en su educación o si ambos contaron con una audición selectiva, ajena a los criterios de la escuela, el libro y todos los santos patrones del baloncesto, se llamaran Adolph Rupp o Aleksandr Gomelsky. Sé que invoco una palabra tabú al asimilar su juego al de los grandes gambeteadores de la historia del fútbol, pero, ¿acaso no hay algo de Garrincha o Maradona en sus caños, sus reversos antiacadémicos o sus contorsiones de cintura camino del aro?

Ginobili y Navarro se han pasado veinte años poniendo en jaque la educación baloncestística que muchos de los actuales entrenadores siguen aplicando con una fe inquebrantable. Sin ir más lejos, ambos utilizaban con cuentagotas la mano no dominante, llevando, y finalizando, muchos contraataques con la mano interior, prefiriendo un escorzo a una extensión, el reverso de cara al de toda la vida. Cuando todo el mundo se elevaba en suspensiones altísimas, ellos apenas sí despegaban los pies del parqué tras dar varios apoyos cortitos (Navarro) o aplicar una fuerza desmedida en un step back interminable (Ginobili).

Navarro finalizando con la mano interior. En:

Su retirada los vuelve a situar en las candilejas de un teatro, el del baloncesto, en el que tantas noches de entretenimiento han ofrecido. También en el foco de los entrenadores, que tanto los han admirado, a pesar de que su repertorio se alejara de la norma e hiciera inútiles las categorías preconcebidas. Su simple existencia mejora nuestro oficio con esa llamada a la reflexión colectiva que supone cada gesto situado, si acaso, en los márgenes del manual.

A mí, al menos, me hicieron pensar dos veces sobre lo oportuno de explicar con detalle el punto exacto donde debe reposar el balón antes de iniciar un cambio de ritmo en bote, la transferencia de los pesos; la secuencia en cámara lenta, con condiciones siempre repetidas, de una acción que nunca se dará de esta manera en una cancha, el reino de la incertidumbre y la gambeta, del “te la lié” y “te la comiste” en el que Manu Ginobili y Juan Carlos Navarro fueron “primus inter pares”.

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