Ha querido la casualidad que haya terminado la segunda lectura de Legacy: lo que los All Blacks pueden enseñarnos en el deporte y la gestión de empresas la misma semana en que desde Sport Coach hemos anunciado el curso Youth Pro Coach 2020, una nueva y pionera apuesta formativa en la que contamos con todos vosotros, entrenadores de formación, para seguir reivindicando nuestro oficio a través de la ambición y la seriedad con que lo encaramos, a pesar de todos los frenos burocráticos, el silencio de las administraciones y la indiferencia de una sociedad que, creyendo protegerlos, abandona a sus hijos cuando no respeta el valor de sus maestros.
Probablemente, a nuestros dos escasos años de vida, es imposible aspirar a la excelencia que impregna la cultura de la selección neozelandesa de rugby, una maquinaria engrasada desde la comunión de valores e intereses e impulsada por una filosofía cocinada a fuego lento durante más de un siglo de existencia, pero lo cierto es que perseguimos objetivos comunes: crear entornos de aprendizaje, formar líderes y dejar un legado. Casualidad o no, solo veo coincidencias entre las lecciones de este libro y lo que promete ser este curso.
En el capítulo titulado Los campeones hacen más, James Kerr rescata la siguiente frase, incluida en la biografía de Steve Jobs: Un buen carpintero no utilizará una madera mala en la parte trasera del armario, aunque nadie pueda verla. Este es también el estándar de autoexigencia que queremos trasladar a nuestros alumnos, a quienes debe sobrar el imperativo del trabajo bien hecho y el compromiso con los jugadores para dar lo mejor de sí cada día.
Las grandes historias les suceden a quienes las cuentan. Y al revés.
Las grandes historias les suceden a quienes las cuentan. Y al revés. Los primeros pasos como entrenadores suelen ser el producto –más o menos reciente, más o menos derivado– del azar. Tal vez fuera el baloncesto el deporte favorito de nuestros padres o hermanos, quizá nos quedáramos embobados, aunque ahora no lo recordemos, viendo un partido en la tele; o a los mayores en el patio.
Empezar a entrenar también tiene mucho de casualidad: cubrir a un entrenador que se ha puesto enfermo, seguir conectado con el deporte o enganchar, como me sucedió a mí, a unos cuantos futboleros y convencerles de que lo pasarían mejor jugando al baloncesto. Sin embargo, una vez desencadenado el proceso, cuando llega la hora de decir “adelante” o “no puedo más”, se vuelve más cierto que nunca lo que dice James Kerr: las grandes historias les sucedes a quienes las cuentan (y al revés). Quizá la tuya empiece en L´Alqueria.
Pero si hay un aforismo rescatado en este libro que me humedece los ojos y me mueve a actuar, que desactiva todos los momentos en que la rendición se muestra como la mejor alternativa posible, es el siguiente proverbio sudafricano, vinculado al concepto Ubuntu: Lo que dejas atrás no es lo que queda grabado en los monumentos de piedra, sino lo que queda tejido en la vida de los demás. Para ello debemos seguir preparándonos cada día, para dejar un legado vivo, una huella en la materia orgánica que marque un camino a seguir.
Y es que a veces, como entrenadores, antes que esperar a que una entidad abstracta nos valore, a que las leyes nos reconozcan como lo que somos, solo nos queda la opción de hacernos dueños de nuestro destino; de construir, para después regalar, un patrimonio de conocimiento y experiencia: plantar árboles que no veremos crecer.