Probablemente, en la lucha de poder en que se convierte en muchas veces la labor de entrenar, sea imposible concebir nuestra tarea como la del buen caddie de golf. Entre otras cosas porque sería muy difícil demostrar autoridad en un entorno de alta competencia y egos resistentes, después de una larga batalla por llegar arriba. Sin embargo, en un entorno aristocrático y clasista como pocos, el caddie de golf cuenta con un alto reconocimiento. A continuación intento explicar por qué.
Una nueva muestra de la excepcionalidad en la que nos encontramos instalados es que, por primera vez en la historia, el Masters de Augusta finalizará un 15 de noviembre, en pleno otoño, sin sus azaleas en flor. Esta noche el pasado ganador le entregará la chaqueta verde al nuevo, en un traspaso de poderes que tiene mucho de aristocrático y consuetudinario.
El final del Masters, la figura del caddie
Pues bien, entre las grandes estrellas del mundo del golf se encuentran también unos cuantos tipos enfundados en buzos blancos con letras verdes. Son los caddies, representantes de un oficio que se institucionalizó en 1861, cuando Andrew Dickson rescató a todos aquellos que venían llevando los palos de los aristócratas escoceses del anonimato después de que al fin quedara constancia de su esforzada labor para el Duque de York.
Normalmente estos caddies eran personas locales, arraigadas en torno al campo, de los que los visitantes echaban mano puntualmente. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, los circuitos profesionales cuentan también con caddies que comparten este mismo estatus. A cambio de un diez por ciento de las ganancias del jugador, estos hombres, casi todos son hombres, se ocupan de llenar la bolsa con los catorce palos reglamentarios, todos en perfecto estado de revista. También estudian junto al jugador el estado del campo tomando anotaciones y hacen cálculos de trigonometría básica para determinar la distancia de la bola a la bandera. Por último, confirman el resultado de la tarjeta.
El caddie, también un psicólogo
Pero esto no es lo principal. Durante las más de cuatro horas que los jugadores emplean para jugar los dieciocho hoyos, suplen la ausencia del entrenador y del psicólogo. Luego son también consejeros, escuchantes y blanco de la frustración de los jugadores, que descargan en ellos su sentimiento de culpabilidad para poder seguir ejerciendo su trabajo de la mejor manera posible, sin residuos. De su capacidad para callar cuando es necesario y de hablar cuando es importante, dependen en gran medida los resultados de los mejores golfistas del circuito, que son perfectamente conscientes de este hecho.
Pues bien, dada la coincidencia con el Masters, quisiera indagar hasta qué punto no es este el papel también que muchos jugadores de baloncesto esperan de sus entrenadores. Estos, sirva la metáfora, cumplen con creces la labor informativa y analítica de lo que puede llegar a suceder pero desertan de jugar la parte emocional en un plano individual, entre otras cosas porque muchas veces se inicia un conflicto de competencias, funciones y, en última instancia, de clases.
El baloncesto, ¿más clasista que el golf?
Es verdad, el golf y el baloncesto no tienen nada que ver, ni en su definición ni en su filosofía, pero sí comparten la necesidad de tomar muchas decisiones, por distinto que sea el tiempo y la velocidad a la que estas deben ser ejecutadas. Y no tengo claro hasta qué punto debemos indicar que hay 180 metros a bandera, que pide un hierro 5 al draw y que ese golpe se ejecuta de tal manera. O comentar, en cambio, que hay 180 metros a bandera, el golpe que pegamos en la vuelta de prácticas y su resultado y pedirle al jugador, simplemente, que se comprometa con el mismo, que todo irá bien de este modo.
No lo sé, tal vez dé mejores resultados la monitorización absoluta. Seguir instalados en la lucha entre los hombres de corto y los hombres de traje. O intentar convertir el baloncesto, antes de que nos arrolle la realidad virtual, en un juego de EA Sports. Pero tal vez conceda mayores oportunidades de crecimiento, asunción de la propia responsabilidad y autonomía la segunda vía, la del caddie de golf, la del buen caddie, de hecho.