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“El dolor forma parte del camino”

JJNieto87

“Es todo culpa mía, lo sé. Pero perder el Masters de Augusta no es el fin del mundo. Me levantaré mañana y aún respiraré, o eso espero”. Con esta frase terminó Greg Norman su breve comunicación ante la prensa tras dilapidar los seis golpes de ventaja con los que partía en la última ronda.

Nunca superaré esta derrota en las finales de 2016. Todavía recuerdo la Final Four de 1988″ (en la que su equipo, Arizona Wildcats, perdió contra Oklahoma Sooners en la semifinal). En estos términos se expresaba Steve Kerr el 14 de julio de aquel verano que empezó con su equipo cayendo derrotado en la final, tras haber cosechado 73 victorias en temporada regular y haber liderado la serie que los enfrentaba a Cleveland Cavaliers por 3 a 1, una renta que ningún otro conjunto había dejado escapar.

“Es duro perder así, porque no creo que haya hecho nada malo” decía, por su parte, Sergio García, quien tuvo un putt de poco más de dos metros para ganar el Open Británico en 2007 antes de perder el playoff contra Padraig Harrington.

“Debería escribir un libro sobre cómo no fallar un golpe y no ganar”. Con declaraciones como esta gestionaba el sentimiento de derrota Sergio García en el Open 2007. En: https://elpais.com/

Hay muchas fórmulas para afrontar el duelo que supone una derrota inesperada, trágica bien porque se defraudaran las expectativas o porque todo pareciera indicar, en algún momento del partido o de la eliminatoria, que el triunfo era la única posibilidad. Una, la menos recomendable, pasa por la disociación, la negación del dolor, una relativización que no va más allá de lo dialéctico y que no puede ocultar la decepción (es el caso de Greg Norman, quien, por cierto, nunca ganó en Augusta). Otra, la que emplea Sergio García (quien tuvo que esperar diez años para ganar un major), es referirse a la derrota en términos sobrenaturales, algo así como un “no envié mis naves a luchar contra los elementos”. En la que yo creo, sin embargo, es en la que asimila el dolor y lo expresa con la crudeza justa (Steve Kerr, quien se cobró la revancha un año después), sin elevarlo a un altar pero sin enterrarlo, tampoco, en la búsqueda de una estéril asepsia que, aunque en un primer momento pueda permitirnos respirar terminará por asfixiarnos al acudir de golpe a nuestro encuentro. Resulta clave, en todo caso, la comunicación.

Hay muchas fórmulas para afrontar el duelo que supone una derrota inesperada

Se lamentaba Daril Morey, el General Manager de los Rockets: “Debimos haber ganado, no tengo más que añadir”. También James Harden: “tuvimos nuestras oportunidades”, en un ejercicio de honestidad al no excusarse en la ausencia de Chris Paul. Dio con la clave Mike D´Antoni, al hablar de la necesidad de mejorar, obviando que el carrusel de triples fallados de forma consecutiva había constituido un terrible epílogo para una temporada cuyo éxito, paradójicamente, había descansado en ese uso (hoy abuso, claro, porque no entraron y se perdió) del lanzamiento de tres puntos.

Mejor aún lo resumió Brad Stevens tras perder el séptimo ante Cleveland y quedarse fuera de las finales: “El dolor es parte del camino. Tenemos que dejar que esto sirva de motivación”.

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Es muy fácil que una derrota pueda llevar a que se disparen los dedos acusadores, se resquebrajen cimientos tan fundamentales como la confianza en el entrenador, en el sistema, en la actitud y liderazgo del jugador franquicia,… Hay veces en las que la comunicación falla y el silencio se impone, sobre todo en entornos en los que los vínculos y las relaciones de confianza son endebles, por tratarse de proyectos muy nuevos o inestables, aunque también esto puede suceder en aquellos donde ya ha empezado a florecer el hastío y los vicios se han vuelto inconfesables. Parece demostrado que la correcta gestión del fracaso empieza por un bautismo, por un ponerle nombre al sentimiento de decepción. Solo así podremos traerlo a la tierra, despojarlo de ese carácter sagrado que nos lleva a temerlo y a quedarnos paralizados.

La correcta gestión del fracaso empieza por un bautismo, por un ponerle nombre al sentimiento de decepción

“Recuerdo muy bien las derrotas, pero no de una manera triste o depresiva. Recuerdo cómo nos sentíamos y llorábamos, y lo que nos decíamos después del partido, de lo que hablábamos. Es esa unión lo que voy a recordar”. Tenemos suerte: los San Antonio Spurs de la temporada 2013-2014 nos dejaron la mejor pieza documental posible sobre cómo superar una derrota cruel, tal cruel, diría, como la peor de las traiciones. Un rebote ofensivo de Chris Bosh y un triple a la desesperada de Ray Allen tras un pobre cuidado del balón por parte de Manu Ginobili y varios fallos cerca del aro de Tim Duncan, impidieron que los Spurs vencieran el sexto partido y se proclamaran campeones de la NBA en la primavera de 2013. Aquella derrota, devastadora como pocas en la historia del deporte, les impidió salir a competir en el séptimo partido, que también se llevó Miami. El vestuario era un poema, todos se sentían responsables, se avergonzaban de su actuación y lo sentían por ellos mismos y por los otros.

https://youtu.be/iO7PL0Q73ro

En este caso, no hay duda, se demostró, como también se ha demostrado en el caso del Real Madrid, que, a propósito del debate que lanzábamos en una entrada anterior, la estabilidad permite la franqueza en la comunicación, la humildad en la asunción de culpas, la sinceridad de la palmada en el hombro o trasero y el reagrupamiento. La clave es que nunca lo entendimos como un negocio, decía Duncan. De que fueran un grupo unido, una familia, dependió que todos entendieran lo que significaban aquel rebote y aquel triple cuando su recuerdo arruinaba, una vez más, los días de aquel verano. Bromeaba Popovich al respecto: “varios días me sonreí pensando que nadie diría nada al respecto, que el sol seguiría brillando, pero, ¡oh, vaya! alguien terminaba por mencionarlo y entonces todo se volvía una mierda”. El primer día de entrenamiento todo giró en torno a aquel partido. Este fue nuestro principal motor.

La estabilidad permite la franqueza en la comunicación

Brad Stevens también lo tiene claro: El training camp nunca lo llega lo suficientemente pronto. Y ya lo dijo Duncan, refiriéndose orgulloso a aquel triunfo: encontramos la manera de volver a ganar juntos. En fin, ¿quiénes somos nosotros, testigos directos de aquella hazaña, para desmentirlos? Abracemos el dolor dejando que sus síntomas recorran nuestro cuerpo y nuestra mente, confiando en que pronto se convertirán en la energía necesaria para luchar por ser cada día mejores, única receta posible para que un día puedan llegar los títulos. Abracémoslo y… ¡comuniquémoslo!

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