El final de las competiciones, más allá del poso de angustia que deja en quienes hacemos coincidir nuestro calendario vital con el de la Euroliga o la NBA, es un momento de enorme emoción. En los partidos ajustados, en los duelos “a vida o muerte”, los niveles de suspense, relacionados con la anticipación de la tragedia, y la lucha por evitarla, superan a los de cualquier ficción.
Pero además de como aficionados, los entrenadores encontramos en estos partidos, en la gestión que llevan a cabo los cuerpos técnicos, en el juego desplegado por los propios equipos, material de enorme valor para el análisis. No en vano, las finales nos ofrecen una versión condensada del camino, un resumen perfecto en el que solo aparecen las palabras en negrita, las líneas subrayadas en amarillo fluorescente.
No me cabe duda de que para que Anadolu Efes, CSKA, Toronto y Golden State Warriors hayan concurrido en la lucha por los dos títulos más importantes del año ha intervenido, en momentos clave, la famosa “suerte del campeón”, sinónimo tanto del elemento azaroso que acompaña al juego como de todo aquello que no sabemos explicar.
Sin embargo, como técnicos o directores deportivos, no podemos permanecer impávidos ante la visión de la obra acabada,
dando por buenos todos sus detalles sin procurar, al menos, rascar la superficie, cuando no investigar los planos o el making off de los cimientos. Ahora bien, la pregunta sería: ¿qué podemos saber de los equipos a partir del visionado de los partidos y el seguimiento de lo que los medios de comunicación ofrecen?
1. El ambiente del equipo
De qué manera –qué, cómo, cuándo– se comunica la información, cómo es la convivencia con el error –propio o del compañero, también del árbitro– y su reverso, el acierto –¿provoca la alegría de todos o solo de unos pocos?– Para ello, además de una concentrada observación, conviene fijarse en la jugada que sigue a un balón perdido, a una protesta, también a un acierto. Encontrarán a un equipo campeón cuando no observen apenas diferencias, es decir, no hay daño que restaurar ni afrentas que vengar en los equipos que son estables emocionalmente, en los equipos que ya superaron su etapa adolescente y actúan con la madurez del que conoce todos los caminos que se perdían en el laberinto.
2. La defensa
Si quisiéramos radiografiar el estado de cohesión y química de un grupo, en relación con el punto anterior, deberíamos centrarnos en la observación atenta de detalles en la canasta propia. La cantidad de esfuerzos sin reflejo estadístico, la comunicación –verbal y no verbal–, el sacrificio de la integridad física o el uso de manos son el espejo, no solo de un enorme trabajo en la consolidación de hábitos, sino también de un equipo que juega con un propósito que se halla por encima del trabajo bien hecho.
3. La filosofía
No tanto las líneas maestras como los valores que la inspiran. Me gusta pensar que hay valentía tanto en el small ball que propone Steve Kerr como en la presencia de Marc Gasol en la cancha cuando no tiene un par claro al que poder marcar. También me gusta la idea de CSKA de provocar desequilibrios desde la posición de un 4 que hace de Point Forward, Will Clyburn, y no veo improvisación tampoco en la campaña llevada a cabo por Micic, que ha venido a explotar con 25 años, tal vez porque ha gozado al fin, no solo de la confianza, sino también de la libertad táctica que nunca tuvo. Lo cierto es que para ver a los equipos campeones se me hace imprescindible usar el telescopio. Casi siempre se encuentran a la vanguardia en términos tácticos, pero sobre todo, filosóficos. Si esto fuera una partida de ajedrez, ellos siempre juegan con blancas.
4. Las conexiones ofensivas
Aunque la calidad de los scouting rivales –y también la presión añadida propia de estos partidos– dificultan la armonía y cadencia en la puesta en marcha de los elementos tácticos, sí creo que los momentos finales de la temporada distinguen a los equipos buenos de los excelentes en la calidad de los detalles (bloqueos, tiempos de bloqueo y juego sin balón lejos del bloqueo, ángulos de pase, velocidad de ejecución,…). De los detalles y de las conexiones, esos 2×2 y 3×3 en los que tantas veces se convierte el juego y cuyo desarrollo va a depender del modo en el que dos cerebros conectan entre sí jugando el entrenador, en estos casos, poco más que el papel de un provocador o acompañante.
5. El carácter ganador.
Esto no es una tautología. Es decir, no se puede hablar automáticamente de carácter ganador por el hecho de estar en una final. Hasta aquí les pudieron traer otros talentos o cualidades. El carácter ganador es otra cosa, quizá tan ambigua o difícil de explicar como “la suerte del campeón”, pero ciñámonos, si no, a la remontada del CSKA contra el Real Madrid, basada en la paciencia, la no sobreactuación y, desde luego, en una determinación que los llevó a correr y saltar por encima de sus posibilidades, a tomar decisiones con mayor lucidez que el rival, en momentos de máxima presión. Mientras el Madrid se enzarzaba en la cuita arbitral, Causeur y parte de sus compañeros se preguntaban por qué no estaban en la pista, el CSKA se limitaba a hacer lo necesario para ganar, abandonando batallas externas o egocéntricas para imponerse en la guerra.
Esta noche comienzan las finales de la NBA y desde Sport Coach recomendamos café para seguirlas en directo sin que nos venza el sueño, un amigo cómplice con el que compartir la emoción de una contienda al nivel de las mejores ficciones y, por supuesto, una tablet o cuaderno de notas a mano para apuntar todos aquellos detalles que se puedan extrapolar e introducir en nuestros equipos, aunque sean de ligas mucho más terrenales. Y aunque al día siguiente alguien resuma tus apuntes como “la suerte del campeón”.