Curry, eres el mejor, pero, por favor, no vengas a mi instituto. Con estas palabras comenzaba una carta abierta de un profesor a Stephen Curry, base estrella de los Golden State Warriors, ídolo y referente de numerosos adolescentes, ya suficientemente empapados de esta nueva ideología posibilista que ocasiona tantos desórdenes y síndromes mentales relacionados con la frustración asociada a la no consecución de determinadas metas o logros. El reverso oscuro de la visión de los cuentos clásicos que Hollywood, Broadway, Disney y, en general, toda la maquinaria capitalista, tradujeron en el “si quieres puedes”.
Curry y Thibs, por diferentes motivos, ¿ejemplos a no seguir?
Pues bien, Thibs (Tom Thibodeau, New Britain, Connecticut, 1958), eres el mejor, pero, por favor, no vengas a dar una charla a nuestro club, no nos digas que basta con ser un adicto al trabajo, renunciar a una vida en pareja, olvidarse de llenar el frigorífico, estar cerca de los popes de la profesión, acudir a los entrenamientos de otros técnicos, copiar los esquemas defensivos de los mejores equipos en este apartado, sembrar disciplina y recoger compromiso para ganar, así, en dos ocasiones, el trofeo Red Auerbach, lo que te convierte, a ojos de los colegas y otros especialistas, en el mejor entrenador del año en la NBA.
El problema no es lo que dices, sino lo que no puedes decir. Esta frase también iba inserta en esa carta abierta a Stephen Curry. ¿Y qué era aquello que no podía decir? Pues la estabilidad económica y emocional de su familia y de todo el ambiente en el que creció. O el hecho de ser hijo de jugador, con todo lo que ello significa. O tantos y tantos matices que determinan que Stephen Curry no se parezca en nada al chico promedio del instituto del que era profesor el remitente de dicha carta.
Thibs: De ayudante en Harvard a entrenador del año
Lo mismo sucede con Thibs, prototipo de entrenador ayudante que emerge del segundo plano hasta acaparar premios y portadas. Una fama que en su caso podemos dar por merecida. Pero Thibs ya contó con el favor de poder forjarse como técnico en su alma mater, la universidad de Salem State, en un programa modesto casi hecho a su medida. Y pasar cuatro años de ayudante en Harvard antes de caer en un equipo que llega a la NBA vía expansión en 1989, los Minnesota Timberwolves.
Lo que sí es loable, e imitable, en su caso, es la demostración de paciencia, el instinto para caer siempre a la sombra de buenos maestros, especialmente en el arte de la defensa. Tal fue el caso de Jerry Tarkanian, o el de Jeff Van Gundy, a quien tras su experiencia en los Knicks pudo seguir también en su período en Houston Rockets. Llegado el momento, Doc Rivers lo contrató para que tomara las riendas del aparato defensivo de los Celtics campeones de 2008, quienes no dudaron en atribuirle los méritos de los que se había hecho acreedor.
Fue entonces, con más de cincuenta años, cuando le llegó la oportunidad de ser entrenador jefe, lo que le costó más de un disgusto en términos de gestión de vestuarios, manejo de egos y flexibilidad en la dirección de partido. Aun así, su trayectoria parece envidiable desde todos los puntos de vista. A cada hito en el camino llegó con la preparación justa, la necesaria para poder dar el paso y sostenerse en el siguiente peldaño. Pero no siempre es así.
La historia de Thibs, ¿una historia a imitar?
Y no sería bueno que los entrenadores ayudantes, como los niños del instituto de San Francisco, vieran en el ejemplo de Tom Thibodeau, Thibs, una puerta abierta a la gloria en la profesión. Entre otras cosas porque no todos van a poder contar con la oportunidad precisa en el momento preciso. Ni van a estar tan bien rodeados para aprender o tomar el siguiente escalón. Y también porque quizá no sea necesario, para poder ejercer esta digna tarea de entrenar, con oficio y con pasión, renunciar a otros amores, sacrificar otras vidas o tener que colocar un sillón en el despacho para poder dormir unas horas, al menos unas horas.
O tal vez sí.