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Diario de un encierro. Día IX

JJNieto87

Hola, amigos, aquí me tenéis, echando cuentas para saber con qué elección puedo estar tranquilo de cara a seleccionar al mejor jugador posible para estos tiempos que corren. Coincidiréis conmigo en que son tiempos que exigen determinación, voluntad y capacidad para hacer renuncias, al tiempo que carisma para sacar lo mejor de nuestros compañeros de piso o comunidad; un liderazgo, en definitiva, distinto del que nos venden en los manuales.

Si entre la larga lista de jugadores de la historia, tuvierais que elegir a uno solo para liderarnos en esta situación, ¿quién sería?

No creo que la figura de un anotador pueda rescatarnos, no es el virus un rival demasiado concreto ni la situación la propicia para que nadie nos lleve a la victoria metiendo más de cuarenta puntos. No es tiempo de bocazas, de personajes eminentemente mediáticos. Creo que es la hora de medir muy bien los discursos, de que cada palabra informe o tranquilice, y no sature o alarme. Si tuviera que pensar en una fase del juego sobre la que me gustaría construir la victoria frente al coronavirus, esta sería, sin duda, la defensa y el control del rebote.

Van saliendo los nombres y todo está bajo control. Jordan, Kobe, Lebron, incluso Kareem Abdul Jabbar, su cifra anotadora sigue siendo un poderoso reclamo. Con la decimoquinta elección, Sport Coach Academy selecciona a… William Felton Russell.

Once anillos en trece temporadas, dos de ellos como entrenador-jugador, lo avalan muy por encima de sus números, aunque se retirara con una cifra récord de rebotes, 21.620, y fueran incalculables (no se llevaba estadística) los tapones realizados, los tiros cambiados, los palmeos que iniciaban un contraataque de los Celtics, sobre todo cuando los dirigía a las manos de Bob Cousy. También el hecho, tan sorprendente como poco casual, de que a su retirada le siguiera la primera temporada en quince años con un balance por debajo del cincuenta por ciento.


Tal era el impacto de este tipo huraño, “que jugaba para los Celtics no para la (xenófoba) ciudad de Boston”, para él y para su equipo. De un hombre que tuvo varios enfrentamientos con su entrenador, que fue de todo menos dócil o manso, pero que a una velocidad, a una resistencia y a una capacidad de salto sobrehumanas, sumó la rara habilidad de ser suficientemente modesto como para entender que la labor anotadora la asumirían mejor otros.

El hall of fame es una institución que distingue a los individuos y mi carrera en el baloncesto debe ser recordada como un símbolo del juego en equipo

Su carácter, o más bien la representación de su carácter por parte de los medios y los aficionados, lo identificó con un ser arrogante y egoísta. Nada más lejos de la realidad. Tom Heinsohn, compañero de equipo, confesó que nunca había conocido a una persona más encantadora que Bill. Justificaría su renuncia a entrar en el Hall of Fame de 1975, que le costaría más de una docena de críticas, con las siguientes palabras: “El Hall of Fame es una institución que distingue a los individuos y mi carrera en el baloncesto debe ser recordada como un símbolo del juego en equipo”.

Bill Russell es nuestro hombre. A sus 86 años recién cumplidos, aún es capaz de fallar un palmeo y recuperarle 12 metros a Jack Coleman, alero de los Saint Louis Hawks y obrar un milagro en forma de tapón que conduzca el séptimo partido de las finales a la prórroga, para terminar finalmente ganándolo. Así, de esta manera, cambió la historia de los Celtics en 1957. En esta jugada están contenidos todos los valores que matarán al virus y nos devolverán las calles. Bill Russell es nuestro hombre.

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