Más raro fue aquel verano que no paró de nevar, nos contaba Sabina en su genial Que se llama soledad. Un título que casa a la perfección con estos tiempos de recogimiento obligado, de parada biológica, de rara hibernación. La ciudad ha amanecido blanca, cubierta por un fino manto de nieve, invitándonos a cumplir con la cuarentena pegados a la ventana, siguiendo el aterrizaje de cada uno de los copos, sus hexagonales estructuras cristalinas, su parsimonia.
Esta invitación a la calma contrasta con el nerviosismo lógico de quien se encuentra en una situación laboral desconocida, dispuesto a trabajar pero inhabilitado para ello. Vinculado a una empresa (club, federación) que no recibe la contraprestación que espera de sus empleados, quienes no pueden añadir valor a su marca, a su estructura, a sus aficionados. ¿O sí?
Esta parada obligatoria puede representar una gran oportunidad para rediseñar los planes
Por supuesto que sí. Los proyectos deportivos necesitan redefinirse y reorientarse cada poco tiempo, un tiempo que no siempre existe, inhabilitando la posibilidad del análisis, el diagnóstico y el planteamiento de alternativas. Si la temporada es tiempo de entrenadores, este período es, claramente, terreno abonado para los directores deportivos, estrategas que ya debieran tener en marcha planes concretos para los dos escenarios posibles: las competiciones se reanudan o las competiciones se suspenden definitivamente.
Los entrenadores deben ponerse a su servicio, seguir reciclándose y rememorar todos los pasajes de la temporada para enjuiciar el desempeño del equipo con la imprescindible frialdad. En concreto, a mí me gustaría descifrar qué nos hizo ganar y qué perder cada partido centrándome únicamente en los factores en los que nosotros podemos influir. No pararme en factores externos, descifrar lecturas tardías o equivocadas, estados anímicos incompatibles con el buen desempeño de los jugadores. Qué pude hacer mejor en cada caso, también durante la semana.
Bueno, lejos de sermonear, mi intención es básicamente acompañaros en este período de duelo e incertidumbre. Les cuento lo que pretendo: he tirado de mi memoria de la infancia y la adolescencia y me he puesto a ver con ojos adultos equipos que me fascinaron entonces para ver cuánto de aquello se puede aplicar en estos días. He empezado con los Kings de la tortilla de patata y el tocata de pilas, que decía Andrés (cómo lo echamos de menos). Y he empezado por su juego de contraataque y transición, antes de profundizar en el modo en que amaestraron un sistema de juego que parecía incompatible con la filosofía NBA: La Princeton Offense. Espero que, al menos, les divierta.