Al terminar el Pro Coach, haciendo un aparte con Jota Cuspinera, reflexionando en voz alta sobre lo que somos por nosotros mismos y en la comparación, siempre odiosa, con otras formas de ocio, espectáculo o deporte, me di cuenta de que, si en una asignatura suspendemos y nos merecemos, por ello, ocupar el papel secundario que hasta ahora ejercemos en la sociedad, es en la de contar el baloncesto.
Muchas veces, en el intento de competir con el fútbol u otros deportes mayoritarios (mainstream en la jerga actual), echamos mano de los tópicos, tratamos de aunar las mismas voluntades, el mismo fervor y fundamentalismo con el que se expresan las hinchadas en los graderíos. Otras veces, lo reducimos todo al duelo homérico entre dos héroes, simplificando la cuestión y renunciando a aspectos igualmente épicos como la fe colectiva, las renuncias o el milagro de la convivencia que se da en un equipo que sabe gestionar de forma conjunta los vaivenes de una temporada, las tentaciones de actuar de manera egoísta o romper con el pasado hipotecando el futuro.
Otras ocasiones, dirigidos de forma sibilina por los discursos y relatos imperantes, nos aproximamos a la figura del líder carismático, encarnada en el entrenador concebido ahora como una suerte de divo que cuando le habla a su plantilla se dirige a la cámara, que cuando tiene que elegir entre dos palabras opta siempre por la que más llena deja su boca. Y tampoco es el camino. Nunca le ganaremos la partida, al menos en Europa, a Guardiola o a Klopp, a Mourinho o Simeone.
Nos encontramos con dificultades, también, a la hora de definirnos, de validarnos a nosotros mismos entre las profesiones serias, viables, lógicas, seguras,…
Os habrá pasado: llegar a casa, después de algún campus o de uno de nuestros cursos, y decidir no invertir más palabras de la cuenta en explicarle a los seres queridos qué habéis estado haciendo, cuáles han sido vuestras funciones, con quiénes habéis tenido la suerte de compartir mesa, o simplemente unas palabras, en el hall o los pasillos. Dejamos que el silencio ocupe el hueco de la sala que debería asumir un discurso seguro de sí mismo, consciente de la dificultad pero al mismo tiempo del reto que supone vivir el baloncesto como nosotros lo hacemos. Como reza el adagio, lo que no se comunica no existe… Y si tú no lo haces, otros lo harán por ti.
Y esos otros no saben de baloncesto. Ven la superficie: el resultado, la acción espectacular, el día de partido. Las dificultades laborales: la inestabilidad, su incompatibilidad con un proyecto estable de vida, casi con otro amor que no sea el de la canasta. Y empieza a correr el rumor de que somos, simplemente, unos locos que pretenden hacer de su pasión su profesión, sin más fundamento que esa aspiración individual, porque, a la postre, a la sociedad solo le aportamos un espectáculo, inferior al del fútbol o al de las series de moda, y a nuestros familiares –parejas, padres, hijos–, el disgusto de vernos muy de vez en cuando, ni siquiera todas las navidades, por el cumplimiento de un desafío que muchas veces valoran como absurdo.
De ahí que nuestra misión, la nuestra y la vuestra, no termine al cerrarse la puerta de L´Alqueria, o a la finalización de cualquiera de nuestros cursos.
Cada entrenador es un embajador de nuestro deporte, el poseedor de un saber hacer, pero también de un saber contar que parte de su pasión y que se alimenta cada vez que afronta un nuevo reto, se desvela en medio de la noche o se enfrenta con mil dificultades para sacar adelante su proyecto.
Un proyecto que entronca necesariamente con los valores fundacionales de un deporte que nació en una escuela y allí debe seguir desarrollándose; que dio el salto a las canchas, donde se popularizó por una mezcla de admiración y reconocimiento de quienes asistían a los partidos, quienes soñaban con hacer aquellos vuelos pero, al mismo tiempo, entendían la humanidad que trascendía a cada uno de esos jugadores. Por no hablar del sentido comunitario que otorgó el baloncesto a numerosas minorías, en diferentes espacios de la geografía mundial, siendo refugio contra la pobreza, la exclusión social o la guerra.
Por favor, no lo reduzcamos a una lucha vacía entre buenos y malos, a un producto de marketing o entretenimiento, a un duelo homérico o, por el contrario, a una actividad sin proyección, incapaz de cambiar vidas, de trascender el plano superficial que muchos observan cuando se sientan en la tribuna. Lectores y entrenadores de Sport Coach, contemos el baloncesto desde la emoción que nos provoca, desde todos los ángulos posibles y con la seguridad de quien ha comprobado cómo el baloncesto puede, desde la pequeña escala, hacer más habitable el mundo.