Muchas personas creen que será imposible motivar a los jóvenes para practicar baloncesto sin contacto. Otros pensamos que, sin negar esta dificultad, existen posibilidades y oportunidades que explotar
Hasta en cuatro ocasiones intentó Miguel de Cervantes fugarse de la cárcel de Argel. Es normal, nadie querría permanecer preso, privado de libertad. Pero tal vez fuera allí donde encontrara la inspiración para escribir, años después, gran parte de su obra, incluido El Quijote. Sirva la comparación para regresar al presente y situarnos de nuevo en este contexto de incertidumbre, en el que el baloncesto, en cuanto que deporte de sala, oposición y contacto, parece estar condenado a sufrir las consecuencias de un virus que se expande precisamente por la proximidad y la interacción.
Es evidente. El escenario actual no es propicio para ninguno de los actores relacionados con el baloncesto. Muchos jugadores vienen de un largo período de inactividad, no pueden hacer planes a medio plazo y algunos, en edades críticas (18 años, veintimuchos, treinta y algo), se plantean dejarlo para siempre. Los entrenadores han tenido que adaptar sus metodologías, permanecen atentos a las directrices y los protocolos y padecen la misma incertidumbre en cuanto a sus contratos y actividad laboral. También muchos planean dejarlo para siempre Esto es lógico. Los clubes también esperan noticias, las bases de competición son ambiguas y en muchos casos parece poco probable que puedan disputarse. Parte de sus recursos están en el aire, sujetos a compromisos ligados a la generación de recursos o a una visibilidad que no siempre está garantizada.
No podemos rendirnos y adoptar una postura contemplativa o resignada
Sin embargo, aunque tenemos que seguir intentando fugarnos de esta cárcel, encontrar soluciones y poder superar esta situación (pienso en la vacuna o en el tratamiento), no podemos rendirnos y adoptar una postura contemplativa o resignada. Hay mucho que hacer y, como es habitual, en todo escenario de crisis, se abre un abanico de oportunidades. Se me ocurren los siguientes:
1. La consolidación de una cultura de entrenamiento
Muchos llevamos años reclamando la llegada a nuestro país de una cultura del entrenamiento individual, del trabajo de verano. También de la atención a todos esos aspectos “invisibles” (descanso, nutrición, valores) que terminan configurando la existencia de un deportista, de un jugador.
¿Por qué no entrenar por entrenar?
Este período de entrenamiento sin contacto puede actuar como catalizador de una tendencia que ya se venía observando. Pero esto también es responsabilidad de las escuelas de baloncesto, donde los niños compiten (hacen funciones para sus padres cada fin de semana) antes de aprender el respeto al entrenador, a los compañeros, a su cuerpo y al propio juego. ¿Por qué no entrenar por (el placer de) entrenar?
2. La fusión de técnica individual y preparación física y mental.
En esta labor de desarrollo neuromotriz y propioceptivo, que debe ir de la mano de la enseñanza de las claves temporales y espaciales del juego, son varios los profesionales que deben actuar en equipo. Nosotros, los entrenadores, somos los primeros que tenemos que dar ejemplo. Dar ejemplo y trabajar, efectivamente, en equipo, compartiendo y aprendiendo con los profesionales del campo de la actividad física, la biomecánica, la neuromotricidad… También de la psicología.
3. Creatividad en la enseñanza de la táctica individual y colectiva.
La ausencia de contacto limita las estrategias de enseñanza-aprendizaje al condicionar el diseño de las sesiones y la propuesta de tareas. Es muy tentador renunciar a la enseñanza de un juego que no se puede practicar, centrarnos únicamente en aspectos relacionados con la preparación física y el fortalecimiento de la memoria muscular.
Es muy tentador renunciar a la enseñanza de un juego que no se puede practicar, centrarnos únicamente en aspectos relacionados con la preparación física y el fortalecimiento de la memoria muscular.
Pero no estoy de acuerdo. Creo que la imaginación puede sustituir a las situaciones de superioridad e igualdad con las que habitualmente recreamos situaciones “reales” de partido. Toca jugar con los estímulos (visuales/auditivos) y, por qué, no con la verbalización de los porqués, con la pronunciación de lo que ocurre y su respuesta.
4. La culminación de la revolución tecnológica
Este período de pausa obligada es bueno también para que podamos cribar las numerosas posibilidades tecnológicas que se nos presentan. Para ello es necesario conocerlas y aplicarlas. Este trabajo no se reduce a los entrenadores, sino que es también de los clubes, al menos los que gozan de una cierta garantía y tienen una visión de futuro, quienes deben afrontar esta toma de decisiones. Herramientas de análisis, pero también mecanismos que puedan facilitar la comprensión del juego y de los propios gestos técnicos, deben empezar a convivir con nosotros en nuestro día a día.
5. El replanteamiento de las estructuras y las organizaciones
La incertidumbre ha reducido, forzosamente, el peso de lo urgente. Muchos directivos y gerentes han podido replantear los valores, la visión y la misión de sus organizaciones. En ellos residen las bases que deben inspirar la reconfiguración de los organigramas, la selección de personal y los modos de ser y de hacer que definirán, en gran medida, su imagen y su futuro.
También era un buen momento para pensar en el baloncesto. En su entramado institucional y en su red de competiciones. Y no solo pensando en esta próxima temporada, sino en un medio plazo que debería tener en cuenta las condiciones de sus trabajadores y la calidad de su oferta. También la repercusión y seguimiento de un producto que compite con muchos otros para atraer la atención de los espectadores, con o sin contacto.