Cuatro tiros históricos sin apenas complejidad técnica que cualquiera de nosotros podría haber anotado… O tal vez no.
Nelson, Paxson, Kerr y Horry bien podrían ser los apellidos de una pandilla de amigos del Medio Oeste norteamericano de esas que se reunían allá por los 90 para echar la tarde en las recreativas de un centro comercial recién estrenado.
Pero no, sus nombres y sus apellidos están ligados inexorablemente a la historia de las finales de la NBA como los prototipos de “unlikely heros” o héroes inesperados. Sus tiros, de ejecución aparentemente sencilla, certificaron (o prácticamente) el anillo para sus equipos. Russell, Duncan, Kobe, Olajuwon o Jordan les deben parte de su gloria.
1. Paxson is open right there
Todo el mundo recuerda la canasta de Jordan que sentenciaba (o casi) las finales de 1998. Sin embargo, en el sexto partido de las finales de 1993 el guion fue bien distinto. Dos abajo en el marcador, a falta de 11 segundos, Michael Jordan recibe el balón tras una sencilla triangulación desde la banda y se dirige al campo delantero.
Probablemente, en ese momento todos pensaron que él se jugaría el último tiro en una suerte de aclarado. Desde luego Charles Barkley así lo hizo, dando dos metros de separación a Scottie Pippen, quien subió a lo alto de la bombilla para recibir. Sin embargo, esa distancia no provocó la rendición inmediata de Barkley, quien se la jugó a un todo o nada tratando de robar el balón en lo que hubiera sido una acción para la historia.
Qué tentador fue, para Barkley, tratar de robar el balón que sentenciaba el partido y llevaba la eliminatoria a un séptimo encuentro en Phoenix
Tarde y desequilibrado, Barkley fue fácilmente rebasado por Scottie, quien emprendió un sencillo viaje hasta el aro de los Suns que provocó la reacción inmediata de Cedric Ceballos en el intento por evitar el mate que igualara el partido.
Ironías del destino, Horace Grant, uno de los compañeros peor tratados por Michael Jordan, reconoció rápidamente la llegada de una segunda ayuda y dobló el balón al perímetro, donde Paxson esperaba abierto, como tantas otras veces, como en la final contra los Lakers, donde también anotó un tiro decisivo. Y volvió a hacerlo. Con un tiro con los pies cuadrados, con todo el tiempo del mundo, que cualquiera de nosotros podría haber anotado… O tal vez no.
2. El epílogo perfecto
Los globos tendrían que esperar. Tres años más, concretamente, hasta que en 1972 Jerry West pudiera conducir a los Lakers al primer anillo desde el traslado a Los Angeles. No pudo hacerlo, sin embargo, en 1969, donde a pesar de todo fue proclamado MVP de las finales que los enfrentaban a los Celtics del entrenador-jugador Bill Russell, quien apuraba las opciones de ganar su undécimo anillo con un equipo envejecido y tocado físicamente.
Un equipo en el que Sam Jones firmaría, también en su último partido, un triple doble con 43 puntos, 13 rebotes y 12 asistencias, y al que los Celtics habían llegado con la firme consigna de reventar la fiesta que el dueño angelino, Jack Kent Cooke, había preparado con antelación, como debe ser.
Lo que nadie esperaba es que el encargado de pinchar los globos y posponer tres años los actos de celebración fuera Donnie Nelson, un especialista defensivo que se encontró con un balón en una posición frontal, a unos cinco metros del aro, que acabó entrando tras golpear en la parte trasera del mismo y subir hasta casi chocar con las serpentinas del techo para luego caer y sentenciar el campeonato
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3. And John (Stockton) came
Hay pocas frases más amenazantes que “te voy a pasar el balón”. Sobre todo si el emisor es Michael Jordan, el sexto partido de las finales de 1997 está empatado a 86 y tu nombre es Steve Kerr. Porque Jordan sabía que Stockton iría, desafiando el ego del artista, susurrándole al oído “no puedes dejar de tomar este tiro”.
Pero Jordan ya lo había visto, ya había visto la jugada y sabía que John pensaría esto mismo, y que iría. Y él sabía que este chico nacido en Beirut, al que había lanzado un puñetazo en el training camp de 1995, metería aquel lanzamiento con la sangre fría que siempre lo ha caracterizado.
4. Ese extraño elemento
Es la magia del basket en conjunción con la de las palabras. Tres, en concreto, bastan para ponerle cara y nombre a Robert Horry. Todo gracias a Andrés Montes y a sus motes que hacían las veces de metáforas, de pequeños reductos físicos (un segundo, cinco centrímetros de papel) de enorme significación.
Así actuaba también Robert Horry, en momentos muy puntuales, en espacios muy concretos de la pista. Este ala-pívot de talento se especializó en algo que muy pocos pueden hacer: meter el tiro que cuenta.
Robert Horry se especializó en algo que muy pocos pueden hacer: meter el tiro que cuenta
Lo había hecho ya en 1995, para ganar a los Spurs, precisamente, tras un balón doblado por Olajuwon al perímetro, con tiempo suficiente para dar un bote y levantarse. Y lo había hecho con los Lakers, contra los Kings, en el séptimo partido de las finales de conferencia de 2002, final anticipada de la NBA. Y lo repitió en una situación desesperada, viendo cómo la serie final de 2005 se abocaba a regresar a San Antonio con un 3-2 a favor de los vigentes campeones, unos Pistons que aspiraban a repetir el doblete de los años 89 y 90.
Nadie entiende por qué Rasheed Wallace abandonó su defensa y se lanzó a un trap desesperado a GInobili
Nadie entiende por qué, con ese historial conocido por todos, con un mote como el que le había otorgado Andrés Montes, Rasheed Wallace abandonó su defensa y se lanzó a un trap desesperado. Yendo dos arriba, pudiendo encajar una canasta de dos y tener aún una bola para ganar. Con todos esos ingredientes, claro, con los pies encarados y todo el tiempo del mundo para lanzar, Robert Horry metió uno de esos tiros que cualquiera de nosotros podría haber anotado… O tal vez no.