Una vez esbozadas las líneas maestras del programa y conocidas las cinco claves de dirección deportiva que explican gran parte de su éxito, resulta interesante conocer la procedencia y la formación de los nueve miembros del equipo técnico de baloncesto de Villanova Wildcats, así como sus funciones dentro del organigrama, teniendo en cuenta, además, que esta cifra sería aún mayor si incluyésemos en la suma a los médicos, fisioterapeutas, preparadores físicos, responsables de comunicación y relación con los medios u otros cargos compartidos con otros deportes (normalmente no más de dos). Sirvan como anécdota de su importancia, las palabras de reconocimiento que vertió el propio Jay Wright hacia sus asistentes en la rueda de prensa posterior a la final, en la que les agradecía que, en su ausencia (estaba recogiendo un premio), hubieran ultimado el trabajo de preparación del partido. Empecé nervioso el encuentro, pensaba que no habíamos dedicado suficiente tiempo a estudiar al rival, pero luego me di cuenta de que ellos lo tenían todo listo.
Jay Wright. 56 años. Hijo mayor de tres hermanos criados en Churchville, Pennsylvania, fue un notable jugador en su instituto en Council Rock, donde llegó a anotar 69 puntos en un encuentro. Licenciado en la universidad de Bucknell, antes había practicado béisbol en la universidad de Brown, perteneciente al exclusivo grupo de la Ivy League. Su carrera como entrenador es la historia de una cocción a fuego lento. Después de tres años en Rochester, en la tercera división del baloncesto universitario, aterrizó en Drexler, también como asistente. Finalmente, en 1987, acudió a Villanova para ejercer como asistente de Rollie Massimino, al que acompañó entre 1992 y 1994 en su periplo en la Universidad de Nevada Las Vegas. Finalmente, a los 33 años accedió a su primer puesto como entrenador principal (y director deportivo) en Hofstra, programa en el que tras dos años de balance negativo fue haciendo crecer hasta lograr el éxito de meterse tres veces en el torneo final. Jay Wright afrontará a partir del próximo septiembre su decimoséptima temporada al frente de Villanova, en lo que supone una clara muestra de la estabilidad por la que apuesta el programa y que es solo una prueba más de una cultura baloncestística que pone al entrenador como pilar maestro del edificio al ocuparse también de la dirección deportiva.
*Fotografía de NBC Philadelphia
Ashley Howard. 37 años. Ascendido a primer entrenador ayudante tras la salida de Baker Dunleavy, quien aceptó una oferta de primer entrenador en Quinnipiac, Ashley Howard también cambiará de aires el próximo otoño, tras haberse hecho público su compromiso con La Salle, universidad en la que ya había trabajado como asistente y a cuyo destino se encuentra íntimamente unido, circunstancia que se repite en la contratación de técnicos en la NCAA, en cuya selección intervienen aspectos meritocráticos pero también un currículum intachable de ética de trabajo y lealtad hacia la causa.
Kyle Neptune. 33 años. Licenciado en Lehigh, donde jugó cuatro años, Kyle Neptune afronta ahora su segundo ciclo como asistente en Villanova tras cuatro años en Niagara. Como todos los entrenadores asistentes, prepara y dirige parte de la sesión, trabaja individualmente en el desarrollo de jugadores y es consejero de Wright en tareas propias de la dirección deportiva como la de reclutamiento, pero también en cuestiones del día a día como el análisis de futuros rivales.
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George Halcovage. 30 años. Caso paradigmático de lento pero progresivo ascenso en el seno de una organización, Halcovage inició su carrera como una suerte de asistente en prácticas. Poco a poco fue progresando en el organigrama ascendiendo a los cargos de coordinador de video y director de operaciones de baloncesto, antes de dar el salto a la posición de entrenador ayudante.
Mike Nardi. 33 años. Ex jugador de los Wildcats. Ascendió el pasado verano al cargo de director de operaciones tras años como asistente de vídeo. Aunque pudiera parecer que su principal función es la de reclutamiento de jugadores, su cometido en torno a esta cuestión no orbita en torno a la selección pura y dura, competencia del entrenador y sus asistentes, sino en llevar a cabo los contactos y procurar que las visitas de los chicos y sus familias a los campus sea lo más agradable posible. Su trato con los jugadores se centra sobre todo en cuestiones administrativas actuando también como enlace con los encargados de la parte académica. En realidad, el director de operaciones es esa figura que todo entrenador quisiera tener cerca, pues es la que le va a resolver todas las cuestiones logísticas y procurarle, en definitiva, todo lo que necesita para poder centrarse únicamente en la labor de entremiento y dirección deportiva.
Mike Clark. 25 años. Licenciado en financias por la escuela de negocios de la propia universidad, ejerció labores de “management” para el equipo durante sus años como estudiante. Ascendió el pasado verano al puesto de coordinador de vídeo, siendo el principal responsable de la logística asociada a los vídeos y a su posterior edición, poniendo al servicio del entrenador y los asistentes todos los medios que consideren necesarios para poder llevar a cabo las funciones de scouting (del rival y propio) o también otras, tan importantes como las anteriores, relacionadas con la motivación del equipo. Complementariamente, en relación con su formación, ejerce labores de marketing y comunicación.
Arleshia Davidson y Helene Mercanti. Son las encargadas de los roles administrativos y llevan a cabo innumerables tareas relacionadas con el día a día, la planificación de los viajes y otro tipo de actos en la comunidad. Ambas jugaron al baloncesto.
Henry Lowe Estudiante de la propia universidad. Mientras lleva a cabo un postgrado colabora con el entrenador (también con investigadores de otras áreas) en todo cuanto él le requiere en lo que puede significar una plataforma de lanzamiento de cara a un futuro.
En suma, y como conclusión, destacar que dentro de un organigrama de casi doscientos profesionales dedicados únicamente al deporte en una modesta universidad como es Villanova, hay nueve miembros, un entrenador/director deportivo, tres asistentes, un director de operaciones, un encargado de vídeo, dos administrativos y un becario que se encargan de que todo funcione en el equipo de baloncesto. Una estructura ambiciosa y envidiable en la que, a pesar de la división funcional, todo pasa por la figura del director deportivo y entrenador, en este caso Jay Wright, una suerte de hombre del renacimiento obligado a conocer no solo los secretos del juego y la gestión emocional de los grupos, sino también los mecanismos internos de una organización, la psicología de las relaciones humanas y distintos contenidos relacionados con el marketing, la comunicación o cuestiones médicas o administrativas, aunque solo sea como capitán de un barco en el que cualquier pieza fallida puede llevarlo a la deriva.